Tuesday, January 29, 2013

Su zoo descontrolado


Ha habido un bombardeo en su ciudad.
Las paredes del zoo se han derrumbado.
El instinto animal campa por Belgrado.
Aun sinónimo de bella necedad.

Tiernamente salvaje y brutalmente dulce.

Se aferra fuertemente el monito a los brazos de su cuidador en busca de refugio y consuelo.

La furia del león reina e imprime caos y desmesura. Su garra en alto se cierne sobre todo lo que en otro tiempo fue cordura.

Los muros de contención del estanque ya derruidos dejan sin cobijo a los peces, que se ahogan fuera del agua en un absurdo gesto de mimo.

Los pájaros deshabitan sus jaulas, las cuales sin esfuerzo han abandonado. Pero no tienen dónde trazar juiciosos círculos: su vuelo es desordenado.

Un burro vuela desesperado, con el verde de su pelaje más tenue que nunca. Una bella mujer grita despavorida, con su ropaje ajado y mostrando sus gráciles pechos de forma distraída.

No hay barrotes que lo contenga. Está libre. Descarnado. Todo lo Humano que puede llegar a ser. Ha amado.


 

Sunday, January 6, 2013

Cuento de Reyes o ¿esto de los Reyes es un cuento?




Hoy una inquietud me ha despertado súbitamente y me he levantado como un resorte. Otros domingos, no. Otras mañanas dejo que la pereza dominical me arrulle y me dé lametazos entre las sabanas todavía tibias. Pero hoy es diferente. Es el Día de Reyes y me apresto a buscar mi regalo con la misma inocencia e ilusión de hace varias décadas. 

Recorro cada una de las habitaciones de mi pisito. La cocina, donde dejé a sus majestades un trozo de bizcocho de naranja que cociné ayer, no parece ser el sitio elegido esta vez. El estudio: aquí tampoco está. Me dirijo al salón y allí encuentro la ausencia de ofrenda. ¿En el baño? Imposible. En mi habitación no han podido entrar sin que yo me percatara. Nado por unos instantes en ese pozo estanco de turbación y extrañeza. Me resisto a creer que se hayan olvidado de mí.

Empiezo a barajar posibles explicaciones para tal descuido. Quizá este año no me he comportado como es debido, pienso. Pero no es el caso. He pagado mis impuestos: a diferencia de otros familiares de la realeza, me he pasado el año sin defraudar (en ningún sentido). He contribuido a pagar la deuda generada por la banca del país. He acudido puntualmente a las urnas a pesar de mi exigua confianza en los depositarios de la misma. Me he congratulado de tener un oficio que me satisface y que me permite llegar a fin de mes, a pesar de las constantes reducciones en el salario y la pérdida de poder adquisitivo. Me he portado bien, caray.

Entonces pienso que mi regalo no es palpable a primera vista pero que sin embargo está ahí. No he perdido mi empleo. Puedo girar la llave en la cerradura todos los días y entrar en un sitio al que llamo casa, sin temor de que un día ya no sea mía. Puedo observar la tranquilidad en el rostro de los que más quiero. De momento, gozo de salud. La suerte no me es esquiva. Y concluyo que todo esto es mi regalo de este año.

En un descuido, me recuesto en mi cómodo y amplio sofá a descansar, a rememorar pasajes gozosos y a soñar. Y veo una tarjeta con bordes dorados entre dos cojines. Reza así: “Este año no podemos traerte otra cosa más que esta amplia sonrisa. Esperamos que sea suficiente y te sirva al fin y al cabo. Hasta el año que viene.” 

Sí, me sirve. Y quiero hacer un buen uso de ella. Por eso hoy quiero darte esta gran sonrisa a ti. Para que desaparezca tu tristeza. Para que tu melancolía pertenezca al pasado. Y para que me muestres esa expresividad brutal que solo tu rostro iluminado de diminutas perlas puede albergar.